En un pequeño pueblo, de los que acá llamamos ciudad satélite, por estar cercano a la capital de Venezuela, la vida nunca transcurre con la aparente calma y monotonía que venden las soluciones habitacionales, entre habitantes llamados coloneros y entre otros llamados por estos simplemente extraños vecinos, seres que no manifiestan nada mas que la conducta habitual del ir y venir a la ciudad de Caracas. Tan entramada atmósfera envuelve a un sin número de represiones y pasiones desenfrenadas por querer aun escapar de acá y volver a un lugar donde se siente uno mas protegido, sin encontrar esa vía de escape de las alteraciones que cada madrugada provoca el trafico que dirigiéndose a la capital se trata de endulzar con un volveré esta noche a recorrer la misma vía con la misma gente y tardarme de nuevo en recorrer apenas 17 Kilómetros en unas dos horas. Es aquí donde habita el cuerpo que lleva mi alma que vive ahora anhelando ver el mundo más allá de la frontera entre el Trópico y el Polo Sur, viajar en un tren que no me lleve al cielo, solo que me lleve al Sur, que me lleve a un tal ñuñoa de encuentros sencillos, que me lleve a un café y disfrutar de un vino, donde la pesadez de la mañana se arranca con tajos de mate caliente, con la hermosura de las mejillas de la cordillera sonriéndome y dándome los buenos días. Ver en el recorrido el espejismo de mis pulmones cansados, donde tenga que repoblar otra nueva realidad y vivir feliz, donde pueda arribar a una nueva tierra sin desterrarme de mis sueños, de mis pasiones, de mis letras. Vivir en una tierra al Sur donde yo decida como desperdiciar mi tiempo, donde yo elija como sudar mi esfuerzo. Voy a tomar un tren que me lleve lejos de mi pueblo satélite y me deje junto a las cajas de mis recuerdos y añoranzas en una nueva tierra de noches completas, de mejillas rosadas, de gritos y bailes. Una tierra donde el escribir no se prohíba, donde el arte se enaltece, donde mi estilo de vida vale la pena.
José Antonio O.L.
José Antonio O.L.