lunes, 18 de agosto de 2008

EN UN TREN AL SUR

En un pequeño pueblo, de los que acá llamamos ciudad satélite, por estar cercano a la capital de Venezuela, la vida nunca transcurre con la aparente calma y monotonía que venden las soluciones habitacionales, entre habitantes llamados coloneros y entre otros llamados por estos simplemente extraños vecinos, seres que no manifiestan nada mas que la conducta habitual del ir y venir a la ciudad de Caracas. Tan entramada atmósfera envuelve a un sin número de represiones y pasiones desenfrenadas por querer aun escapar de acá y volver a un lugar donde se siente uno mas protegido, sin encontrar esa vía de escape de las alteraciones que cada madrugada provoca el trafico que dirigiéndose a la capital se trata de endulzar con un volveré esta noche a recorrer la misma vía con la misma gente y tardarme de nuevo en recorrer apenas 17 Kilómetros en unas dos horas. Es aquí donde habita el cuerpo que lleva mi alma que vive ahora anhelando ver el mundo más allá de la frontera entre el Trópico y el Polo Sur, viajar en un tren que no me lleve al cielo, solo que me lleve al Sur, que me lleve a un tal ñuñoa de encuentros sencillos, que me lleve a un café y disfrutar de un vino, donde la pesadez de la mañana se arranca con tajos de mate caliente, con la hermosura de las mejillas de la cordillera sonriéndome y dándome los buenos días. Ver en el recorrido el espejismo de mis pulmones cansados, donde tenga que repoblar otra nueva realidad y vivir feliz, donde pueda arribar a una nueva tierra sin desterrarme de mis sueños, de mis pasiones, de mis letras. Vivir en una tierra al Sur donde yo decida como desperdiciar mi tiempo, donde yo elija como sudar mi esfuerzo. Voy a tomar un tren que me lleve lejos de mi pueblo satélite y me deje junto a las cajas de mis recuerdos y añoranzas en una nueva tierra de noches completas, de mejillas rosadas, de gritos y bailes. Una tierra donde el escribir no se prohíba, donde el arte se enaltece, donde mi estilo de vida vale la pena.
José Antonio O.L.

viernes, 8 de agosto de 2008

OCHO OCHO DOS MIL OCHO

Porque Dios esta hoy mirando hacia mí,
Solo soy un hombre, solo soy una palabra, solo soy una voz.
Porque Dios hoy de tu mirada no puedo huir,
Que quieres escuchar de mi, que palabras debo escribir.
Tocas mi intelecto con tu mano, tocas mi corazón con tu dedo;
Jamas había podido sentir tanto, el querer escribirte tanto.
Hoy no es un día con un amanecer normal,
Hoy es un día donde el sol nació por el Oeste.
Que gran asombro el ver la exquisitez opacada por la esclavitud,
Es como ver unos asesinos de monjes jugar a las olimpiadas.
Soy solo un hombre con una palabra y una voz,
Pero soy el hombre con la palabra y la voz que quiero escuchar.
No puedo hipnotizarme con una Paz desvanecida,
No podrás escapar al sonido de un grillete de cinco aros.
No encuentro Dios las palabras que ellos escuchen y atiendan,
Y aunque no tengo temor de alzar mi voz el día de hoy,
Quiero pedirte lleves tu atención y tu amor a mis hermanos de un Tibet olvidado.
Ellos tienen corazones sin miedo, almas sin temor, pero te necesitan
Protege su carne y su cuerpo y salva el corazón de quien los oprime.
Evita que de mi boca salgan dos mil ocho maldiciones por hora,
Que cada gota de lágrima se convierta en un paso a la libertad.
Lleva sus miradas hasta tus palabras para que en ellas vivan,
Que hagan del amor y la libertad su legado de herencia.
Si estas no son las palabras y la voz que querías escuchar,
Entonces hoy he despertado debajo de un cielo al que no pertenezco,
Sobre un suelo que ya no puedo seguir pisando.
Viviendo en una era que juega a las olimpiadas sin libertad,
Que espera las horas de la noche y la madrugada para invadir mi paz,
Para invadir mis sueños, y despertar en la misma desesperanza,
De los años tristes y oscuros en los que tu hijo vivió en esta tierra.
No lamento ni un instante aguarme la fiesta en Beijing,
Lamento profundamente es no celebrar todos juntos en libertad.
José Antonio O.L.